Texto que acompaña la exposición #Life. Crónica de la Vida Moderna de C-Komite para PhotoArte Komite.
“La fisis, ella misma y en sí misma, es realidad.
No parece ser, sino que es real y efectivamente lo que parece.”
Jaime Echarri
El desarrollo de la cultura occidental ha quedado aherrojado por la luz, lo apolíneo, lo diestro, el nomos, el logo. Pero, como todo fotógrafo sabe, un exceso de luminosidad provoca unas sombras desmesuradas. Y bajo esas sombras se ha escondido la oscuridad, lo dionisiaco, la siniestra, la moira, el caos.
Este binomio luz-oscuridad, acomodado en nuestro imaginario colectivo, dictaba una normativización de la conducta. Lo visible y luminoso era sinónimo de bondad, aquello que fuese oscuro supuraba maldad.
Basándose en esta dicotomía, las estructuras de poder han generado topo tipo de dispositivos y mecanismos de visibilidad para articular realidades y generar conocimiento. Su uso y abuso acaba por suplantar la realidad y por convertir esta re-creación de verdades en un magnífico y deleznable espectáculo.
Hasta aquí, la gestión de lo que se hace visible y lo que no corresponde únicamente a los nódulos de poder.
"#Concerts", de C-Komite
Ya estábamos convencidos de que sólo es real lo que es visible, y que lo visible es lo verdadero.
Pero, esta evidencia de pensamiento quedaba eliminada cuando de lo que se trataba era de construir el yo. Una ampliamente aceptada tecnología del yo afirmaba que aquello que veíamos del sujeto (su actuación) no era más que una sombra de lo que subyacía en su interior, de su verdadera esencia. Esencia que venía insuflada directamente de la más alta escatología: la trascendencia.
Por lo tanto, en el sujeto su “verdad” se encontraba en aquello que quedaba oscuro, no-visibilizado: Lo que aparece no es, lo oculto constituye la verdad de lo que se muestra. De tal modo, la intimidad y el recogimiento eran el ambiente propicio para construir un sujeto auténtico.
Pero la sociedad se va paganizando y retornando a otros dioses más asequibles y más…“Chicago boys”, cuyas enseñanzas nos hacen anhelar convertirnos en “aristós” (etimológicamente: el mejor), lo que nos permitirá ingresar en esa categoría que te permite acceder a la creación de realidad, y de saber, y de espectáculo.
Y en esto, llegan las estúpidas(¿?) redes sociales.
Las redes sociales no son más que dispositivos de visibilización que son utilizados por ciudadanos comunes, sin especial vinculación con los organismos de poder. Y, desde que han aterrizado en nuestras vidas, hemos asistido a una compulsiva generación de realidades.
Hay quien ha definido este magma confuso de intimidades como “Digital Trash”, despreciando el consumo de acciones triviales y acentuando la idea de que la vida se compone de “momentos mágicos”.
Hay quien ha definido este magma confuso de intimidades como “Digital Trash”, despreciando el consumo de acciones triviales y acentuando la idea de que la vida se compone de “momentos mágicos”.
Sin embargo, el sujeto no ha hecho más que reinstaurar la vieja práctica estoica de “revelación del yo” en la que los pequeños detalles domésticos (como, duermo, me he comprado un libro o me siento solo) adquieren una gran importancia por lo que suponen de preocupación por uno mismo y que son fundamentales para profundizar en la identidad individual.
Y en esta técnica de construcción del sí mismo el sujeto puede integrar plataformas infinitas en las que interactúa con un número, hasta ahora impensable, de Otros con los que confronta una cotidianidad compartida.
La mala o buena noticia es que parece del todo abolida la idea de la dualidad esencia-existencia; lo que ves es lo que hay. No hay una identidad oculta que sea mejor (o peor). El sujeto admite su modo de declinarse y, en general, se siente orgulloso. Y este “orgullo de ser” lo demuestra volcando su vida en la red.
"#Kill", de C-Komite |
La recreación espectacular de la vida cotidiana en las redes sociales se denomina extimidad. Esta publicidad de la vida privada ha sido objeto de crítica constante; sin embargo, el sujeto se ha limitado a mimetizar el modo en el que el poder racionaliza la realidad: mediante el espectáculo.
La novedad radical es que tal confluencia de sujetos (situados al margen de la jerarquía de poder tradicional) producen mucha realidad y mucho poder. Por primera vez, la contemplación del espectáculo se sitúa en la virtualidad y se reproduce en la realidad off.
Que el espectáculo sea banal es consecuencia de la banalidad de la vida. Las miradas acostumbradas a los espectáculos grandes, coloridos y con finalidad y mensaje que organiza el poder, miran el espectáculo de las redes y dicen que es feo, soso y reiterativo. La hiperrealidad también es cuestión de presupuesto.
El individuo del siglo XXI perfila su identidad en un espacio doble (virtual y real), aumentando su carga experiencial al multiplicar los in-put´s que recibe.
El resultado es un sujeto “in progress”, no con identidad inestable sino en transformación. Algo poco atractivo para el poder, que prefiere individuos a los que definir y etiquetar de manera fija y permanente, y que estaba acostumbrado a seleccionar y canalizar las influencias que penetran en la masa social que controla.
El resultado es un sujeto “in progress”, no con identidad inestable sino en transformación. Algo poco atractivo para el poder, que prefiere individuos a los que definir y etiquetar de manera fija y permanente, y que estaba acostumbrado a seleccionar y canalizar las influencias que penetran en la masa social que controla.
Los nuevos medios nos permiten crear nuestros propios espectáculos privados y esta capacidad de hacer visible parcelas concretas de realidad hasta ahora consideradas como “fuera de lo real” también confieren poder y también dan lugar a conocimiento.
Bienvenidos a la realidad, bienvenidos a #LIFE.
S.M.X.
PhotoArte Komite
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