Sergio Macías, nuestro colaborador en EscenaPhake, nos regala esta vez con un artículo sobre uno de esos autores malditos que vale la pena descubrir.
Sergio Macías. Director de teatro
En el santoral de las letras abundan los poetas malditos: Rimbaud, Verlaine, Genet… Ascetas del lado oscuro que forjaron su leyenda a golpe de escándalo. Existen también los poetas guarros. Autores feos, sucios y malos, como los chabolistas de Scola, que jamás aspiraron a la inmortalidad y permanecen en el purgatorio del olvido.
Venedikt Erofeiev pertenece a este grupo. Le tocó vivir en la Unión Soviética durante los años oscuros de Breznev. En lugar de cultivar su prosa, Erofeiev se dedicó con ahínco a machacarse el hígado con vino peleón y vodka casero destilado a partir de barnices y aceites de motor. Escribió poco y no parece que le preocupara demasiado su carrera. Su obra es una crítica hilarante y feroz a la burocracia del régimen. Erofeiev murió de un cáncer de laringe, pero podía haber muerto de cualquier otra cosa, a fin de cuentas, se lo había ganado. Sus últimos años los pasó hablando a través de un artefacto mecánico que convertía su voz en lo más parecido a Darth Vader tras una noche de farra.
Genet, otro maldito vocacional, cuando era ya famoso, falsificaba junto a su novio manuscritos de sus obras para venderlos a precio de oro a cultos y adinerados homosexuales. Erofeiev, en cambio, consiguió vender una y otra vez el manuscrito original de su obra más importante: Moscú- Petushki. El sistema era simple; el propio autor ofrecía el ejemplar a algún poeta conocido a cambio de cuatro rublos. Una vez hecha la transacción, Venedikt y un amigo se bebían los cuatro rublos en vodka y posteriormente, el amigo se dirigía al comprador para recriminarle haberse aprovechado de la desgracia de un colega para arrebatarle su última posesión. El manuscrito volvía a manos de Erofeiev y vuelta a empezar.
Moscú- Petushki es un poema en prosa en el que el borracho Vienichka intenta llegar hasta el burdel donde trabaja su amada, la de la larga trenza que le llega hasta el culo. Por el camino, sin dejar de beber ni un solo instante, va contando su historia a todo el que se encuentra. Lo mismo describe el sistema de trabajo en el cableado siberiano que ofrece recetas de cócteles demoledores a base de alcohol de quemar y esmalte de uñas. Vienichka vive en Moscú pero nunca ha visto el Kremlim, como tampoco verá Petushki ese día. Su odisea es un recorrido por el alma rusa, cuya máxima expresión de tristeza es el hipo, que tarde o temprano surge tras la ingesta continuada de alcohol, solo o en compañía.
Moscú- Petushki es un libro escrito para ser repartido, no publicado. Un juguete que pasó de mano en mano en copias clandestinas por todos los países del bloque comunista.
Erofeiev se marchó en 1990 con su cirrosis y su altavoz de laringe a ver el Kremlim para toda la eternidad y este año que se celebra el centenario de San Genet, moderno patrón de los malditos, puede ser tan bueno como cualquier otro para descubrir al bueno de Vienichka. La editorial Marbot reeditó hace unos meses Moscú- Petushki y el director teatral Ángel Facio la ha adaptado para la escena. En la función, Erofeiev y su ángel de la guarda están condenados a representar en público el último día en la vida del autor, desde la resaca matutina al delirium tremens. El espectáculo se estrenará en la sala pequeña del Teatro español de Madrid en 2011, en fecha aún por determinar.
Lo dicho ¡Nasdrovia, Erofeiev!
Por Sergio Macías.
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