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jueves, mayo 2
12:00

La patochada Iberdrola

Visita a la colección Meana Larrucea en el piso 25 de Torre Iberdrola. Acceso restringido, se requiere invitación.


Parte de la colección de la familia Meana Larrucea se exhibe en una de las plantas de la Torre Iberdrola, exposición comisariada por Guillermo Paneque y a la que realizamos una visita en fechas recientes. Por el título del post, ya habrán advertido que la experiencia no tiene parangón; esta es la acelerada crónica de nuestro paso por la misma.

Antes de acceder a los ascensores que te llevarán a la inexpugnable sala de exposiciones el invitado debe pasar por todo el proceso de acreditación (cita concertada telefónicamente, obligatoria la presentación de la invitación con código de barras, DNI, identificación visible y paso por el arco de seguridad). 
Parafernalia de seguridad que resulta un tanto chocante al ser gestionada por una bandada de azafatas con capa verde, peculiar uniforme que les da un aspecto cercano a películas serie B de superhéroes remixturado con  duendecillo de parque infantil. Gran despliegue de dispositivos y de imaginación para acoger a un público que, mayoritariamente, es de edad avanzada y pequeño accionista de la compañía.

Al desembarcar en el piso 25 te recibe un apresurado (y estresado) maestro de ceremonias que comienza la visita con el obligado reconocimiento a la labor de la familia Meana Larrucea por haber reunido “una de las mejores colecciones privadas de Europa” (en publicidad se admite la exageración). 


Cumplido el prolegómeno, lo que nos resta es sufrir un tour a la japonesa en la que todos los invitados nos vemos obligados a arremolinarnos en torno a las obras decididas por el guía para escuchar explicaciones un tanto confusas creadas para un público al que se le presupone una gran ignorancia
Y entre disculpas del maestro de ceremonias “es que esto es arte moderno” y la señorita alta y de humor escaso que se ocupa de “sigan al grupo, no se detengan” transicionamos por este vía crucis de 4 estaciones:
  • Primera estación: “La habitación cerrada” de Dora García o cómo convencer al respetable de los nuevos parámetros en la compra-venta de arte.
  • Segunda estación: el espacio en el que se ubican las piezas de Kosuth, Uriarte y Baldessari. O la imposibilidad de explicar el arte conceptual en 5 minutos.
  • Tercera estación: “Dos centinelas en suelo óptico” de Juan Muñoz, parada que finaliza con un entusiasta “¿Quién quiere pisar una obra de arte?” proferida por el guía. Momento que aprovechamos para deslizarnos a la retaguardia del grupo por temor a  que nos arrojaran alpiste.
  • Última estación: un Basterretxea, que no vimos.

Entre estación y estación y conminaciones de “no se separen del grupo” creímos adivinar obra de Paul Graham, Rauschenberg, Garaicoa o Espaliú. Pero podemos equivocarnos. Y de ahí, corriendo, corriendo (como el conejo blanco de Alicia) a los ascensores.
En resumen, una invitación rodeada de atrezzo Fort Knox/enanito de jardín para no ver una colección y cuyo objetivo se nos escapa. Una experiencia descortés y vacía, con escaso respeto hacia la obra y el visitante. Eso sí, contentos de haber experimentado una nueva I+D+i en el mundo del arte: la patochada Iberdrola.

2 comentarios:

  1. Pero...y lo bien que nos los pasemos en el ascensor que sube muy raaaaapido muy raaaapido? Solo por eso merece la pena!! No me digas que no!! ;)

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