Me interesa el modo en el que las grandes corporaciones canibalizan las ciudades,
la facilidad con la que imponen una conducta cualquiera a grandes masas
de población. La rapidez con la que despliegan su pequeño/gran logo a
nuestro alrededor.
Es curiosa la forma en la que la marca se ha apoderado de las ciudades. Comenzó tomando el cielo y fue descendiendo hasta tomar las calles.
Si hago memoria, recuerdo que cuando era pequeño la marca solo aparecía en el interior de mis camisetas, y apenas reparaba en ella; cuando me hice adolescente ya marcaban mi pecho. Hubo momentos perversos en los que todo yo era una marca.
No recuerdo un concierto que no tenga marca (sobre todo alcohólica), ni una fiesta popular que no la subvencione un banco, soy amigo de un museo cuya sala principal lleva el nombre de una gran empresa, y hasta los realitys más cutres de la tele se venden como marca. Todo lo que veo cuando recorro las calles de las ciudades son infinitas repeticiones de logos.
Cuando las ciudades comenzaron a crecer en altura, los ciudadanos dejamos de mirar hacia el cielo.
Un día levanté la cabeza: ahí estaban.
Desde mucho antes de que yo naciera las marcas habían tomado ya el cielo. Esos gigantes iconos nos acechan desde los tejados, tutelando el ir y venir de sus pequeños bastardos. Y nos gritan que ¡el cielo les pertenece!
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