Los sistemas de control y vigilancia de
la población por parte de los “poderes públicos” no son, precisamente, algo
nuevo, ni surgen gracias a los avances tecnológicos (si bien, “gracias” a
éstos, su alcance y poder de actuación han dado un salto definitivo, tanto
cuantitativo como cualitativo); desde tiempos inmemoriales, el control del
conocimiento, el no acceso a la información, las más o menos sofisticadas redes
de espionaje, la religión (ninguna tecnología puede competir contra el
escrutinio de un dios omnipotente) e, incluso, la “familia”, son y han sido
medios bastante eficaces para vigilar nuestro comportamiento y anticiparse a
nuestras acciones.
Ahora bien, además de las increíbles
prestaciones que ha aportado la tecnología para vigilar y controlar a la
población “más y mejor”, hay que decir que se ha producido un cambio de
paradigma en nuestros tiempos modernos. Así, el control y vigilancia de las
sociedades en tiempos “pasados” era algo que se hacía “a escondidas”; es decir,
el poder entendía que no podía comunicar o informar a sus súbditos o conciudadanos
de que su vigilancia y control eran necesarios, principalmente, para su
sumisión o represión. Sin embargo, hoy en día sólo ha hecho falta una excusa:
la “seguridad” y una mentira: “el miedo”, para que se pueda ejercer y hacer uso
de los más avanzados sistemas de control y vigilancia de la población, a plena
luz del día y
con nuestro consentimiento.
Así que, quizás, no sea necesario
darle más vueltas al tema, si bien…
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