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lunes, octubre 10
15:17

LA TOLERANCIA, PASIÓN DE INQUISIDORES, por Sergio Macías

En EscenaPhake tenemos la suerte de contar con Sergio Macías (director de teatro, actor, escritor...); mientras continúan subiendo a la escena del Teatro Español el "Moscú Cercanías" del maldito Eroféiev, nos regala uno de sus artículos en los que mezcla a partes indefinidas el humor, el conocimiento, la observación caústica y la realidad.

Sergio Macías nos envuelve en el infierno de Eroféiev
hasta el 06 de noviembre en el Teatro Español

LA TOLERANCIA, PASIÓN DE INQUISIDORES.

Pequeñas historias incorrectas acerca de la corrección política

Tener espíritu abierto no significa tenerlo abierto a todas las necedades
Jean Rostand


De entre todos los hombres del mundo, Juan Antonio Granza poseía la rara habilidad de ser a un tiempo erudito y tonto del culo. Cierto que no era un caso único, pero él dedicó su vida a cultivar ambos rasgos de su personalidad con verdadero ahínco.
Juan Antonio era lo que vulgarmente se conoce por un imbécil integral: fatuo, pedante, soberbio, criticón y resentido. Lo dicho: un gilipollas de una pieza, sino fuera porque era poseedor de un cerebro capaz de almacenar una ingente cantidad de datos. Eso si, sin la menor habilidad para relacionarlos.


La nueva ministra era artera, taimada y sibilina. Su meteórico ascenso hasta el gobierno había sembrado los pasillos del partido con decenas de cadáveres. Tenía el don de la palabra justa, la sonrisa amable, el gesto duro si era preciso, y paciencia, mucha paciencia. Su propia hermana la describía así:   
Rosario no es de las que te matan, pero si ve que alguien viene a matarte lo más seguro es que ella mire hacia otro lado
Presenció impasible como sus rivales, uno a uno, se acercaban al precipicio. Poco después se despeñaban sin que nadie pudiera hacer nada por evitarlo, ni siquiera Rosario, siempre cerca, siempre sonriente y como siempre, mirando hacia otro lado.
El tercer personaje de esta historia no es otro que quién les habla. Si no les molesta les ahorraré calificativos que me describan. Ya pueden ustedes suponer que, si mi ocupación es la de ejercer de cronista de estos dos sujetos, tampoco es como para vanagloriarse de ello. A fin de cuentas la importancia de un biógrafo se mide por la categoría de sus personajes. 
Así que, si les parece bien, para que ni la mezquindad ni la tontuna de mis protagonistas llegue a atosigarles, incluiré de vez en cuando alguna pequeña reflexión sobre diversos temas, a modo de corte publicitario. Aunque si por cualquier razón, la historia de Juan Antonio y la ministra los tiene atrapados, cosa que dudo, no tienen más que saltarse los párrafos en negrita y santas pascuas.

Por cierto, el título está extraído de una vieja canción de Silvio Rodriguez. 


Juan Antonio Granza había experimentado algo parecido al orgasmo aquella mañana cuando oyó la voz de la ministra al otro lado del teléfono. De inmediato comprendió que, por fin, sus esfuerzos eran reconocidos. Quitó el polvo a sus viejos manuales de literatura española y de un modo casi frenético los esparció sobre la mesa de trabajo. Cerró puertas y ventanas para evitar el molesto ruido del tráfico de Madrid y se sentó a trabajar. Pensó que tenía en sus manos el futuro del país y se prometió a sí mismo no salir del estudio hasta haber concluido la labor encomendada.


La nueva ministra era joven. Tenía tras de si un brillante currículo académico y un futuro más que prometedor. Después de tomar posesión y jurar el cargo se encerró durante horas en su nuevo despacho. No quería esperar pacientemente a que llegaran los problemas, prefería crearlos ella misma. Era el momento de acometer la reforma que durante tanto tiempo había anhelado.


Juan Antonio Granza se tomo unos minutos para ordenar sus ideas. Se sirvió un whisky y encendió la pipa. Entregado a ambos placeres comenzó a fantasear con su tema preferido: él mismo. ¿Debía añadir a su tarjeta de visita una mención a su calidad de asesor de la señora ministra de educación? Y en ese caso ¿en que lugar lo incluiría? Sin duda, inmediatamente después de su cargo de catedrático y antes del de Secretario general de su asociación profesional. Se dejó llevar por estas ensoñaciones hasta que comenzó a sentir hambre. Lamentó que, incluso los grandes hombres estuvieran limitados por necesidades tan básicas y comunes a todos los mortales. Mientras pensaba en estas cosas fue a la cocina con cuidado de no despertar a su nieta que pasaba unos días en casa antes de las vacaciones. Abrió la nevera y, tan abstraído estaba por su nueva misión que no reparó en que iba a comerse la tarta de cumpleaños de la niña.


La ministra había mandado instalar una gran pizarra frente a la mesa de su despacho. En ella anotó con caligrafía de colegiala las áreas del conocimiento que estaban a su cargo y las numeró por orden de importancia. Se dio unos minutos para pensar. Quería revolucionar el sistema educativo de una vez y para siempre, pero tampoco era una temeraria. Debía encontrar un campo de experimentación: una cobaya. Comenzaría por algo insignificante, analizaría los resultados y la repercusión en la opinión pública antes de decidirse a avanzar con la reforma. Si fracasaba, sería fácil recular sin demasiado riesgo político. Esa, al fin y al cabo, había sido siempre una de sus virtudes: Nadar y guardar la ropa, matar sin dejar rastro. Sobrevivir, en suma. Miró hacia la parte inferior de su pizarra y vio que allí, en el fondo de la lista, justo después de las manualidades y la poesía, estaba el teatro. 

Francia tenía entre sus fastos previstos para 2011 la celebración del cincuentenario de la muerte de Louis Ferdinand Celine, uno de los autores fundamentales de la primera mitad del siglo XX, quizá el más relevante después de Proust. La denuncia del presidente de la Asociación de hijos de deportados judíos hizo que el ministro de cultura Frederic Miterrand se lo pensara un par de veces. Estudiado el caso vieron que Celine era un excelente escritor y un perfecto cabrón (en palabras del alcalde de París) que no se cortó nunca un pelo en sus furibundos ataques contra los judíos. De nada sirvieron las protestas de Bernard- Henry Lévy y otros intelectuales, que lamentaron la decisión, argumentando que la celebración del aniversario hubiera servido al menos para suscitar el debate y poner de manifiesto las relaciones entre el genio y la infamia. Silenciar a Celine a estas alturas no le hace ni peor escritor ni menos antisemita. Monsieur Miterrand (sobrino) expresó que prohibir la conmemoración era un acto cívico, al igual que su eximio tío se negó, siendo presidente, a depositar flores en la tumba del mariscal Petain. Quizá Monsieur Miterrand (sobrino) se sienta imbuido del espíritu de la Resistance pero no consta que Petain, el presidente colaboracionista de la Francia ocupada, escribiera nada semejante a Viaje al fin de la noche.


Mario Vargas Llosa, en un artículo publicado en El País acerca del caso Celine, opinaba que el gobierno francés estaba lanzando un peligroso mensaje a la sociedad, dando a entender que para ser reconocido como escritor no bastaba con escribir buenas obras sino también ser un buen ciudadano y una buena persona. Según el nobel peruano: 
Solo en el rubro del antisemitismo -el prejuicio racial o religioso contra los judíos- la lista es tan larga, que habría que excluir del reconocimiento público a una multitud de grandes poetas, dramaturgos y narradores, entre los que figuran Shakespeare, Quevedo, Balzac, Pío Baroja, T. S. Eliot, Claudel, Ezra Pound, E. M. Cioran y muchísimos más.
Que estos y otras eminencias fueran racistas no legitima el racismo, desde luego, y es más bien una prueba contundente de que el talento literario puede coexistir con la ceguera, la imbecilidad y los extravíos políticos, cívicos y morales. ¿Cómo se explicaría de otro modo que uno de los filósofos más eminentes de la era moderna, Heidegger, fuera nazi y nunca se arrepintiera de serlo pues murió con su carnet de militante nacional-socialista vigente?

Juan Antonio Granza rebañó las migas del bizcocho y se sentó de nuevo a la mesa. Estaba henchido de orgullo. Se acordó de la última vez que se había sentido así: Fue una noche, casi de madrugada, cuando recibió una llamada desde Sicilia. Era el profesor Tito Palmeira de la Universidad de Caltanissetta. Juan Antonio no hablaba una palabra de italiano pero atendió con amabilidad a su colega. Solo alcanzó a comprender que deseaba felicitarle por algo. Supuso que sería por sus magníficas traducciones de Goldoni al español, publicadas por aquellas fechas.  
Mierda de país – pensó entonces- Tienen que venir del extranjero a reconocerte. 
Granza no conocía de nada a Palmeira ni tenía idea de en qué parte de Sicilia podía estar Caltanissetta, pero decidió que si alguien llamaba para felicitarle debía por fuerza ser una eminencia.


La última vez que la ministra había pisado un teatro fue para ver un espectáculo en que varios actores desnudos hacían títeres con sus penes. La verdad es que le resultó un tanto grosero pero divertido. Fuera de esta experiencia, digamos genital, no sabía nada acerca del tema. Pidió a su secretario que le facilitase una lista con especialistas en literatura dramática, dirección escénica y dramaturgia. Mientras esperaba recordó una visita que había tenido meses atrás, antes de las elecciones. Era un tipo gordo, de unos sesenta años, que se había presentado en su despacho con aspecto servil para ponerse a sus órdenes cuando fuera necesario. Otro más. Fue el mismo día en que se hicieron públicos los sondeos de intención de voto que daban una holgada mayoría a su partido. No le prestó mucha atención pero creía haberle oído decir que era catedrático de teatro o algo por el estilo. La nueva ministra tenía por costumbre escanear las tarjetas de visita para poder consultarlas en su portátil. En unos minutos dio con su hombre. Descolgó ella misma el teléfono y marcó: ¿Profesor Granza? ¡Cuánto tiempo! Soy Rosario Elías, la ministra…


Elaborar el Canon de autores dramáticos españoles atendiendo a criterios de igualdad y no discriminación por razón de sexo u orientación sexual, raza, lengua, religión, origen, ideología o minusvalías de cualquier tipo
Esa era la orden de la ministra y Juan Antonio Granza la tenía grabada a fuego en su memoria. 
Con el fin de inculcar valores democráticos de tolerancia y respeto en nuestros estudiantes para que el día de mañana sean ciudadanos responsables dignos de vivir en un país libre- había dicho con voz firme. Y se lo había dicho a él. Se nota que el nuevo gobierno quiere hacer las cosas bien desde el principio- pensó.


Aunque jamás se había destacado precisamente por la defensa de estos valores, Juan Antonio los asumió como propios y se dispuso a ser su garante contra viento y marea.

Rosario Elías salió satisfecha  y un poco achispada de su primer consejo de ministros. El presidente se había empeñado en regar con cava aquella primera reunión. Durante su turno de palabra presentó de modo general las directrices de su política y avanzó algunas de las decisiones que había tomado. Puro formalismo: los clásicos discursos de autobombo y poco más. Citó de pasada el encargo al profesor Granza. Ninguno de sus compañeros o compañeras de gabinete parecían conocerlo de nada con excepción del ministro de cultura, que torció el gesto y amagó con un mohín de sopor al oír su nombre, pero nada más. Rosario hizo caso omiso, sonrío y brindó por el nuevo gobierno.

La corrección política o mejor: Lo políticamente correcto (LPC), se basa en diversas teorías que afirman que el lenguaje no se limita a describir la realidad sino que también la crea. Como dice el viejo refrán vasco Todo lo que tiene nombre, existe. Por tanto si modificamos los términos lingüísticos en el modo y manera que deseamos se comporte nuestra sociedad, ésta acabará siendo así. En principio no hay nada que objetar a tan loable objetivo. Es lógico pensar que si queremos erradicar cualquier tipo de discriminación no solo hace falta implementar las políticas necesarias sino que es necesario desterrar de nuestro léxico aquellos términos que puedan resultar vejatorios. Los idiomas inventados por los humanos no son nada correctos porque los humanos no lo hemos sido. Sin embargo, la lengua es un organismo vivo que tiene una enorme capacidad para adaptarse a las circunstancias y describir las mentalidades de cada momento. De todas formas un poco de ayuda no viene mal.
Pero LPC se ha instalado de tal manera en nuestra sociedad que su observancia es de cumplimiento obligado. Ha sido asumido por todas las ideologías y sensibilidades existentes sin distinción. Basa su éxito en la imposibilidad de alcanzar el objetivo. 
Ejemplo: Hay una coincidencia general en considerar que las personas que presenten cualquier lesión física que merme su movilidad no deberían ser descritas como tullidos, inválidos, cojos etc. Términos todos ellos considerados como denigrantes, no solo porque atentan contra su dignidad personal sino porque generalmente están igual de capacitados que el resto de los humanos para  realizar la mayor parte de los trabajos. Por tanto LPC acuña el término minusválido para describir esta situación de determinadas personas. Sin embargo, dicho término acaba convirtiéndose en discriminatorio y debe ser modificado por minusválidos físicos para puntualizar. Posteriormente, lo anterior queda obsoleto y vejatorio y debe cambiarse por personas con movilidad reducida.



Con el estómago lleno, Juan Antonio Granza apeló a la tan manida vocación de servicio y comenzó con su tarea. Se prometió a si mismo ser justo pero riguroso, no dejarse llevar por querencias estéticas y establecer con equidad el listado de autores teatrales dignos de ser tenidos en cuenta por las generaciones futuras. Al principio sintió la tentación de hacer un estudio exhaustivo de esos que tanto le gustaban, hurgando en las hemerotecas en busca de títulos olvidados, pero pensó que sería una labor ingente, quizá para una segunda etapa, cuando la ministra hubiera dado el visto bueno al canon de grandes autores. Además, nadie le había dicho aún cuanto iba a cobrar por el encargo. Pensó que, llegado el momento, rechazaría recibir cantidad alguna. La satisfacción de servir al bien común no se paga con dinero. Aunque dejaría caer que estaría dispuesto a aceptar la dirección de algún centro oficial, quizá la Compañía Nacional de Teatro Clásico, siempre por supuesto, que el proceso de elección de su candidatura se lleve a cabo mediante concurso de valoración de méritos, en el marco general de una política de buenas prácticas.

Por fin dejó las ensoñaciones y abrió el ejemplar de La Celestina. La primera intención fue dar la bendición y pasar página. Quién era él para objetar nada a una de las obras maestras de la literatura española. Aún así, se detuvo un momento y comenzó a leerla. Le costó empezar, el profesor Granza, autor de Sociedad y familia en la tragicomedia de Calisto y Melibea y Lo carnal y lo sagrado en la Celestina jamás había leído la obra de un tirón. Siempre se había limitado a refundir estudios ajenos y  reproducir partes que otros habían comentado. Cuando hubo terminado, un escalofrío le sacudió la espina dorsal: A lo largo de la obra de Rojas se deduce una normalización, cuando no exaltación, de la prostitución sin que el autor matice o censure tal explotación atroz de las mujeres. En sus manos estaba que una de las obras cumbre de nuestra literatura pasase al listado de libros ocultos para los estudiantes. Granza dudó pero tal como le había asegurado a la ministra, no le tembló la mano. Dura lex, sed lex.
Rosario Elías no podía dilatar más la composición de su equipo. Permanecía encerrada en su despacho. Pidió otra pizarra, para las cosas importantes no se fiaba de los ordenadores, y la situó junta a la anterior. Se había comprometido a llevar la paridad entre hombres y mujeres a rajatabla, de modo que comenzó a escribir los cargos que dependían de su nombramiento directo. Decidió que su Gabinete y la Secretaría de Estado de Educación Formación profesional estarían dirigidos por sendas mujeres.

La Secretaría General de Universidades y la Subsecretaría del ministerio debían recaer en hombres, siendo uno de ellos preferentemente homosexual.
Rápidamente rellenó los huecos como quien hace un sudoku y desplegó las unidades dependientes de cada uno de los cargos. Aquí se limitó a señalar las características que debían requerir los nombrados ya que la elección de las personas no era de su competencia. De todas formas estaba decidida a marcarles claramente las directrices a seguir. Por ejemplo, la Dirección general de política universitaria debía se ocupada por una mujer perteneciente a alguna de las minorías étnicas presentes en el país y una transexual debería encargarse de la Oficina presupuestaria. Situó al azar a lesbianas, minusválidos físicos y psíquicos, varias musulmanas y lo que ella llamaba afroamericanos (aunque probablemente se refería a africanos de raza negra). Cuando hubo terminado contempló su obra. Se repitió a si misma: Paridad, igualdad, proporcionalidad; y se sintió satisfecha.

En su edición de 2011, el Festival Internacional de cine de Cannes declaraba al director danés Lars Von Trier persona non grata y lo expulsaba por haber usado la tribuna brindada por el festival para expresar unos comentarios que son inaceptables, intolerables y contrarios a los ideales de la humanidad y generosidad que presiden. Las declaraciones que originaron esta decisión se produjeron durante una rueda de prensa en la que el director afirmo que sentía cierto gusto por la estética nazi y dijo sobre Hitler:  
no puede decirse que fuera un tipo estupendo... pero me cae simpático.
Ignoro si Melancholia, la película presentada por el cineasta en Cannes supone una exaltación del nazismo, y me quedaré sin saberlo porque mi médico me prohibió hace ya tiempo ver películas de este señor. En todo caso no creo que el discurso artístico de Von Trier tenga como misión fundamental banalizar los crímenes del tercer Reich o promover el antisemitismo. Sin embargo el Consejo Representativo de Instituciones Judías de Francia (CRIF) que al parecer debe ser una autoridad en cinematografía afirmó que Lars von Trier no tiene nada que hacer en un festival de Cannes del que muchos de sus participantes habrían podido ser enviados sin problemas al campo de exterminio por Hitler, ese hombre por el que tiene tanta simpatía. Yo, como no se tanto de cine como el CRIF y desde luego, no tengo ninguna simpatía por Hitler, si tuviera que expulsar a Lars Von Trier de un festival lo haría porque me tuestan sus películas, no por sus opiniones. Pero claro, esto también es una opinión y habría que saber que dice el CRIF al respecto.


Juan Antonio Granza apuró el whisky y miró el reloj. No tenía sueño y con la sensación de haber empezado la tarea de manera firme acometió el análisis del segundo de los autores: Lope de Rueda. En este caso no se preocupó de releer los textos sino que se limitó a consultar la entrada del autor en un diccionario. Al poco tiempo lo tenía claro. Era intolerable que este cómico de la legua disfrutase travistiéndose de mujer negra para representar unas comedias de dudoso gusto. Decidido: Lope de Rueda quedaba fuera del canon.


La secretaria del presidente lloraba desconsolada delante de la mesa de Rosalía. Se llamaba Fátima y era de origen marroquí. Tras varios años de servicio, primero en el partido y ahora en la jefatura del gobierno, jamás nadie le había oído una queja y pasaba por ser la mano derecha del presidente en la sombra. La única persona que conocía todos sus movimientos. No solo organizaba su agenda sino que se comentaba que sus funciones llegaban hasta facilitar encuentros, digamos íntimos, entre su jefe y algunas modelos y celebridades. Extremo éste que nunca se llegó a demostrar.


La secretaria, entre sollozos contó a Rosario que había acudido a ella como último recurso para solucionar su situación. Jamás se hubiera atrevido a presentarse de no estar convencida de que Rosario era una firme defensora de los derechos de las mujeres, como había demostrado a lo largo de su trayectoria política. La ministra se limitó a escuchar sin pestañear, esbozando una sonrisa de comprensión.


Al parecer, el presidente llevaba años sometiéndola a vejaciones. Al principio, la fascinación y el innegable atractivo que ejercía el prometedor líder político hicieron que Fátima accediese con gusto a tener algún que otro escarceo con él. Además estaba la gratitud que le debía por agilizar los trámites para su nacionalización. Sin embargo, con el tiempo la relación se fue volviendo más turbulenta. Ella, es cierto, se encargaba de hacer de Celestina, consiguiéndole citas con algunas mujeres famosas, cosa que hizo sin ningún reparo, incluso le resultaba divertido. El problema fue cuando la instó a ir con él a los prostíbulos que frecuentaba y participar de sus encuentros. Ante cada negativa de Fátima, la amenaza era siempre la misma: Desvelar irregularidades en el proceso de nacionalización y forzar su expulsión del país. La de Fátima y la de toda su familia.


Las noches de pasión del prometedor líder se fueron haciendo más y más frecuentes a medida que se acercaban las elecciones, y siempre acompañado de su joven secretaria. A menudo él invitaba al chófer y a sus escoltas a participar de la orgía.


Rosario escuchó el relato de Fátima, le ofreció un pañuelo y cuando se hubo tranquilizado le aseguró que no tenía de que preocuparse, que lo dejara en sus manos. Seguro que encontraba la forma de solucionar su situación. Era un caso evidente de abuso sexual, chantaje y abuso de poder. Le pidió, eso si, que redactara un informe contando con pelos y señales los desmanes cometidos por su jefe, a fin de organizar mejor la estrategia a seguir. 
Por encima de la lealtad a mi partido y a mi presidente- le dijo la ministra- está la justicia. 
Fátima le aseguró que esa misma tarde tendría sobre su mesa un completo informe con su versión de los hechos.


La secretaria salió reconfortada del despacho y Rosario volvió a su organigrama. Las personas que había nombrado acababan de entregarle la composición de los departamentos de cada una de las unidades de acuerdo a los criterios que les había recomendado. Faltaba echar un último vistazo y su ministerio estaría listo para funcionar.


Un día de febrero de 2011, John Galliano, diseñador de la casa Dior y uno de los modistos más famosos del mundo tuvo la ocurrencia de agarrarse una melopea descomunal en un local de París. Como suele suceder en estos casos, si el borracho es famoso todos los que están alrededor lo celebran, e incluso hay quien se anima a sacar un móvil y grabar algo que llevarse al You tube. Al parecer, Galliano la emprendió con una pareja que estaba en el restaurante y profirió insultos antisemitas, además de gritar ¡amo a Hitler! y otras lindezas por el estilo. Los agredidos se lo tomaron a mal y denunciaron al diseñador.


Hasta ahí todo normal. Aparentemente todo queda entre un borracho faltón y unas personas moletas. En principio nada que la justicia ordinaria no pueda solucionar.


El caso es que la cosa trascendió gracias al Spielberg de turno que colgó el video y lo que en principio debía quedar como un litigio entre partes cobró una dimensión global. Christian Dior despidió a su diseñador estrella e hizo público un comunicado en que se desvinculaba de las opiniones vertidas por Galliano. Ignoro si el tipo en cuestión es racista o no, y por supuesto Dior S. A es muy libre de despedir a quien le plazca. Pero ¿hubieran tomado la misma decisión si no llega a haber un video del modisto diciendo bobadas con la boca pastosa circulando por internet? ¿Y si grabo con el móvil al cajero de la oficina del banco Santander de mi barrio diciendo burradas contra los catalanes a la salida del Bernabeu? ¿Saldrá en la tele Emilio Botín para desmarcarse de sus declaraciones? En todo caso, resulta evidente que sus actos son reprobables, como lo son los de cualquier tarado que monte un número en un local público molestando a los demás, pero quizá todo esto es excesivo.
Tengo amigos que en noches de farra han asegurado ser adoradores de Satán y no me consta que despidan olor a azufre.
Por cierto, al parecer la pareja insultada por Galliano no es judía, en cambio el diseñador es de origen sefardí.


¿Qué hacer con Cervantes? Pensaba Juan Antonio. 
Está claro que el Quijote no puedo tocarlo – pensó- no es teatro. ¿Pero qué pasa con los entremeses? En ellos se hace mofa de nuestros mayores y se ríe abiertamente de los vascos parodiando su lengua milenaria. Si pasara por alto esto último a los socios de gobierno de la ministra no les iba a hacer ninguna gracia. 
Todo esto pensaba el profesor Granza, haciendo gala de un optimismo sin límites. Cómo si alguna vez a un político, vasco o murciano, le hubiera interesado jamás la literatura dramática.


Marcó en rojo las piezas breves de don Miguel y se dispuso a acometer la titánica tarea de someter a juicio a Lope de Vega.


Había pasado una semana desde el encargo y la ministra aún no había tenido noticias de Juan Antonio. Pensó que un especialista como él necesitaría tiempo para hilar fino y acometer la labor encargada. Le asustaba un tanto la posibilidad de que el catedrático se dejase llevar por su pasión erudita y bibliófila y fuese demasiado condescendiente con algunos autores. Ella tampoco sabía cuales pero seguro que en España habremos tenido también algún Celine, pensó.


De la que tampoco tuvo noticias fue de Fátima. El presidente la despidió poco tiempo después de la escenita del despacho. Obviamente Rosario no movió un dedo. Era excesivo pedirle que se jugara su carrera política por una putilla de tres al cuarto, y encima mora, pensó y al poco de haberlo pensado se censuró a sí misma. Aún así guardaba bajo llave el informe que le había entregado Fátima. Nunca se sabe.


Cuando se enteró del despido, ella misma aconsejó al presidente que si era posible escogiera a una persona procedente de una minoría étnica, sexual o religiosa. Y vaya si lo hizo; al poco tiempo el puesto era ocupado por Yaiza, una joven emigrante de raza negra de origen caribeño que tenía revolucionado al personal masculino que trabajaba en el Complejo de la Moncloa. A pesar de que en ocasiones tuvo que reprender a sus subordinados e incluso a algún que otro ministro por comentarios fuera de tono, el magnetismo sexual que desprendía la joven secretaria era tal que hasta la propia Rosario tuvo que admitir en privado que se ponía cachonda al verla.



Como los pecados del catolicismo, las faltas contra Lo Políticamente Correcto, también pueden darse por omisión.


En la villa costera de Plentzia (Bizkaia) hay un puente sobre el que la corporación municipal colocó unos paneles con fotografías del pueblo. Sobre cada una de ellas hay textos de diversos autores que destacan el valor de los hombres de la mar.
El ararteko (defensor del pueblo) ha pedido a la alcaldesa, la retirada de dichos carteles al considerarlos sexistas, no porque contengan mensajes discriminatorios hacia la mujer, sino porque ofrecen una visión sesgada de la historia de la villa marinera, a lo largo de la cual tan importantes fueron para su desarrollo los hombres de mar como las mujeres del pueblo.


Hasta aquí la noticia según apareció en un periódico vasco en julio de 2011.


En el puerto de Santurce, no muy lejos de Plentzia, hay una escultura que homenajea a la Sardinera que, como dice la canción, iba hasta Bilbao por toda la orilla con la falda arremangada. Tengo un par de amigas que animadas por lo de Plentzia, están pensando solicitar al Ararteko que se levante otra estatua con la efigie de un marinero santurtziarra junto a la Sardinera. Ya que sin su necesaria cooperación jamás hubiera sido posible la venta de pescado azul en la villa.


Otro amigo está pensando seriamente solicitar al Defensor del Pueblo la sustitución de uno de los leones que flanquean la entrada al Congreso de los diputados y la colocación en su lugar de una figura en bronce de una leona. Considera, no sin razón, que la paridad debe alcanzar también a los edificios emblemáticos donde reside la soberanía popular.


Puesto que el metal para los leones se obtuvo fundiendo los cañones apresados al enemigo durante la guerra de Marruecos, mi amigo propone, por aquello de conservar la simbología bélica, que para hacer la leona se mire a ver que se sacó de la toma de Perejil.


Juan Antonio Granza tenía las mismas ganas de leerse las obras completas de Lope de Vega que de correr la maratón de Bostón en diciembre. Recordó que en muchas de sus obras hay alusiones a personas de credo musulmán refiriéndose a ellas con el calificativo de moros, razón esta más que suficiente para suprimir estos textos de los programas de estudio. Pero lo que le resultó de todo punto inaceptable fue que escribiera una obra tan abiertamente antisemita como El niño inocente de La Guardia, eso sin contar que, tal como cuenta Cervantes, el propio Lope era familiar de la Inquisición. Desde luego, pensó Granza, no es esa la imagen que debemos dar al mundo. Así que igual que se quitó de en medio a Fernando de Rojas, eliminó también la ingente producción completa de Lope de Vega. Esta vez, Juan Antonio no tuvo ni un solo remordimiento. Es más, le parecía mentira que durante tantos años hubiéramos tenido que aceptar a semejante calaña que, por muy genial que fuera su escritura, defendían posturas tan execrables.

La tradición dicta que todo gobierno tiene un periodo de 100 días de confianza para tomar contacto y hacerse con los resortes del poder. Un tiempo de paz en que nadie hace nada contra nadie y tampoco hace nada por nadie. Sin embargo, hubo un hecho que cambió el guión de este periodo. Un grupo de cooperantes españoles fueron secuestrados en un país impronunciable donde la gente llevaba años matándose los unos a los otros sin que le importara un carajo a nadie. La acción emprendida por el gobierno fue rápida y eficaz. Tanto que los secuestrados regresaron sanos y salvos, el país en cuestión pudo situarse en el mapa y todo el mundo civilizado se volcó en su ayuda. En tiempo record, dicho país salió de la miseria y se establecieron las bases para un reparto equitativo de la riqueza, que no era poca, de modo que toda la atención internacional recayó en el nuevo presidente español. Hasta el rey, saltándose los cien días de margen se rindió a su encanto y le concedió la Gran Cruz de la Orden de Isabel la católica, la de más alto rango que puede conceder el Estado

Calderón de la Barca, el adalid de Trento, tenía todas las papeletas para ser la próxima víctima del profesor Granza. Bastó la revisión de un par de títulos para que Juan Antonio dictara sentencia. Los mismos delitos de Lope, corregidos y aumentados. Por si fuera poco Juan Antonio recordó con horror El médico de su honra. No solo pensaba que la obra era de todo punto inconveniente, dada la sensibilización actual de la sociedad en todo cuanto respecta a la violencia machista, sino que era partidario de prohibir su exhibición pública bajo pena de cárcel.


Una vez eliminados Lope y Calderón, no tenía sentido mantener a sus adláteres. Por tanto desaparecieron del canon: Ruiz de Alarcón, Tirso de Molina, Vélez de Guevara, Mira de Amescua, Rojas Zorrilla y Agustín Moreto. El profesor elaboró un detallado informe con las razones, que a su juicio, hacían recomendable dicha exclusión.

La nueva ministra estaba nerviosa. Había nombrado a su equipo y cada uno de los miembros había completado el organigrama siguiendo sus recomendaciones. Con el portafolio bajo el brazo se disponía a entrar en el despacho del presidente. Respiró una, dos y hasta tres veces y entró con decisión, dispuesta a exponer la escrupulosa aplicación de los criterios de igualdad y paridad que a partir de ese momento iban a brillar con luz propia en su ministerio.


Rosario dio dos pasos y aún no había dicho el protocolario Buenos días señor presidente cuando quedó petrificada en el recibidor cual mujer de Lot en las afueras de Sodoma. Pensó que daría cualquier cosa por que la puerta no se hubiese cerrado tras de si, pero el clásico chasquido del resbalón la hizo cerciorarse de que estaba atrapada.


La escena que aparecía ante sus ojos era difícil de describir y desde luego, Rosario hubiera preferido estar en otro lugar. Sobre la mesa del despacho, el jefe del ejecutivo yacía esposado gritando ¡más! ¡más! Vestía, si eso es vestir, un antifaz y un tanga, ambos de cuero con tachuelas plateadas. La cruz de Isabel la católica prendida a la escarapela de la banda caía una y otra vez sobre el trasero enrojecido del presidente. Mientras, la secretaria profería grandes risotadas blandiendo en su mano derecha la cinta blanca y dorada de la más alta distinción del estado.


Tan absortos estaban disfrutando de su juego sadomasoquista que ninguno de ellos percibió que alguien había entrado. Tampoco notaron los chasquidos de la cámara del móvil de Rosario. Después, tranquilamente, la ministra abandonó con sigilo la estancia. Cuando volvió a su despacho sabía que ella sería la próxima presidenta del gobierno.

Juan Antonio llevaba días sin salir a la calle. Por fin estaba solo en casa, su hija y su yerno se habían llevado a la niña a la playa en vista de que el abuelo no estaba para nadie.


Sobre la mesa se agolpaban los libros, las anotaciones, las revistas. El profesor se había entregado de manera frenética al estudio de los principales autores dramáticos españoles y, para su asombro, no había encontrado ninguno cuya trayectoria vital fuera intachable. Revisó el siglo XVIII, el XIX y el XX. El que no era pederasta era meapilas. Otros adolecían de integrismo católico, como Zorrilla, y su estudio podía ofender a los agnósticos o a otras minorías religiosas. Había ateos, que ofendían a todos. También filofascistas y filocomunistas. Luego estaba Valle Inclán que lo mismo era carlista que anarquista y además fumaba marihuana. Lorca atacaba a la Benemérita y además cómo explicar su muerte sin ofender a nadie. Muñoz Seca fue fusilado por los rojos. Mihura, putero, Jardiel adicto al régimen, Paso, no digamos. Sastre, en cambio, ha sido candidato al parlamento europeo por Batasuna. De Arrabal, siempre se recordará la famosa borrachera en una tertulia televisada, no parece un buen ejemplo, ahora que se quiere limitar el consumo de alcohol entre los jóvenes. Nieva asegura que fue bautizado con manzanilla por un amigo borracho del médico. La obra más conocida de Sanchis Sinisterra es un alegato antifranquista que podría ofender a la derecha. A Fermín Cabal le encontró la tacha de haber dirigido Entre tinieblas, una versión teatral de la película más irreverente de Almodóvar y un motivo similar le llevó a excluir a Jesús Campos, ya que su obra A Ciegas podría resultar ofensiva para los creyentes…

Otra forma de caer en el precipicio de la incorrección política es la vía del humor. Para hacer comedia de una tragedia no solo hace falta tiempo como decía el personaje de Alan Alda en Delitos y faltas, también es importante que el chiste sea bueno y que el cómico tenga relación de parentesco, aunque sea lejana, con las víctimas de la tragedia. Me explico: Uno de los gags más celebrados de Woody Allen es aquel en que sale de presenciar una opera de Wagner afirmando que escuchar la música del compositor alemán le provoca deseos de invadir Polonia.


A principios de 2011, el joven director de cine Nacho Vigalondo, contratado por el diario El País para protagonizar una importante campaña de publicidad tuvo la ocurrencia de emular al genial neurótico neoyorquino afirmando en su twitter  
Ahora que tengo más de cincuenta mil followers y me he tomado cuatro vinos podré decir mi mensaje: ¡El holocausto fue un montaje!
El comentario provocó un revuelo considerable. No importó que el propio Vigalondo pidiera disculpas y afirmara que no era en absoluto antisemita ni negacionista, cosa que imagino todo el mundo debía suponer, y que su comentario estaba dentro del estilo de humor negro y provocador de su propuesta. Aún así El Pais canceló la campaña argumentando que consideraba inaceptables e incompatibles con su línea editorial los comentarios vertidos por el realizador.

El acto de investidura de Rosario Elías fue discreto. El rey balbuceó las palabras protocolarias y estrechó su mano. La primera mujer en ocupar la presidencia del gobierno tomó posesión en un ambiente de absoluta normalidad. No hubo elecciones, hubieran sido innecesarias. El país marchaba razonablemente bien. El gobierno tenía una mayoría parlamentaria más que suficiente y en el primer lugar de las preocupaciones de los españoles se situaba, según las encuestas, la mala racha de la selección de futbol. La tasa de paro se situaba en un cómodo 8 por ciento, ETA hacía tiempo que se había disuelto y nadie cuestionaba ya la legitimidad del independentismo vasco, que estaba plenamente integrado en el juego democrático e incluso gestionaba con éxito varios ayuntamientos. El principal de sus logros fue la designación de Barakaldo como sede de los Juegos Olímpicos en dura pugna con la candidatura de Madrid. Los casos de corrupción eran inexistentes y el prestigio exterior del Estado era más que evidente. En medio de un panorama tan idílico, la crisis de gobierno que llevó a Rosario hasta la Moncloa se debió a un hecho más prosaico: Alguien filtró unas fotografías del presidente realizando en la intimidad actos sexuales de carácter sadomasoquista. Una conocida revista las publicó y todo el país pudo ver a una hermosa mujer de raza negra azotando el culo del jefe del ejecutivo con la cruz y la banda de Isabel la Católica, y además en el puesto de trabajo. Se abrió un debate nacional en los medios sobre el asunto. La opinión pública consideró inaceptable tal ultraje a los símbolos del Estado y el presidente tuvo que dimitir. Tampoco ayudó que una de las dichosas fotografías se viera un cigarrillo encendido consumiéndose sobre un cenicero.

Para asegurar la estabilidad, el propio consejo de ministros designó a una candidata de consenso, que no fue otra que Rosario.

Fátima, la antigua secretaria de presidencia, animada por familiares y amigos intentó aprovechar la situación para que algún medio se hiciese eco de su caso, pero solo consiguió una pequeña reseña en una publicación anti sistema. La joven marroquí comprendió que pasarse una cruz de oro por el forro era en España mucho más grave que abusar de una inmigrante y no hizo falta que nadie la deportara. Ella misma recogió sus trastos y cruzó el estrecho.

Juan Antonio Granza pidió un taxi. Revisó el informe y se ajustó la corbata. Dio un beso a su nieta, que estaba de vuelta de la playa y se marchó a la cita más importante de su vida. En el trayecto se sintió bien. Había recibido el encargo de una ministra y ahora debía entregárselo a una presidenta. Sentía como si fuera él mismo quien había ascendido. Cuando llegó a palacio le hicieron esperar. Sacó de la cartera los documentos y los revisó. Llevaba dos informes. El primero era el que le habían encargado: El canon de autores dramáticos políticamente correctos y constaba de un solo folio. El segundo era un tomo de doscientas páginas donde explicaba el proceso que había seguido.

Cuando por fin la presidenta le hizo entrar, Juan Antonio se deshizo en reverencias y parabienes. Después de una breve charla en la que comentaron los últimos acontecimientos, el profesor Granza carraspeó un par de veces e hizo entrega solemne del resultado de su trabajo. Mientras lo hacía observó que en la pared, justo al lado de la bandera había un retrato del rey luciendo precisamente la cruz de Isabel la católica.

Rosario estaba absorbida por la responsabilidad de su nuevo cargo y casi ni recordaba el encargo que había hecho tiempo atrás. Aún así lo recibió con una sonrisa. Hojeó el tomo más extenso en primer lugar, y posteriormente leyó el informe de una sola página.

La presidenta Elías no entendía absolutamente nada, pero su larga trayectoria política le había enseñado que cuanto más imbécil pareciera su interlocutor, más educada convenía ser, por si acaso. Después de un largo instante de silencio miró a los ojos a Juan Antonio y le dijo:


-Profesor, estoy realmente asombrada. La dedicación con la que ha realizado su labor es digna de encomio. Tenía noticia de su erudición pero, si me lo permite, debo alabar sobre todo su valentía. Según usted, en toda la historia de la literatura dramática española solo ha encontrado un autor que cumpla con los valores que todos deseamos para las generaciones futuras. - Así es, señora presidenta- respondió el catedrático.
-Y se trata de Antonio Buero Vallejo.
- Si señora, aunque hay algunos aspectos de su vida que no convendría airear demasiado.
- ¿No me diga? – respondió la presidenta tratando de parecer interesada.
- Pues si, pero es que no se imagina usted cómo son los otros- dijo Juan Antonio.

Rosario se quedó un instante pensativa. No tenía ninguna intención de leer los doscientos folios en los que Granza argumentaba las razones para excluir a cada uno de los escritores. Finalmente le dijo:
- Profesor, lo estudiaré con detenimiento pero creo que me ha convencido. Sin embargo, me gustaría hacerle una objeción.
-Usted dirá señora presidenta- respondió Granza, al que de pronto se le hacía más pequeño el nudo de la corbata y notaba como don Juan Carlos le miraba con reprobación desde la foto de la pared.
- No hay ninguna mujer- le espetó.
Juan Antonio empezó a sudar copiosamente. – Pues no- dijo.- solo hay uno y es hombre. Ya sabe usted que no abundan las dramaturgas, y eso que me he esforzado en…
-Lo se, profesor- cortándole- pero usted tiene conocimiento de nuestra firme apuesta por la igualdad. Así que seguro que podrá hacer algo por solucionarlo.
- Por supuesto señora presidenta, y si me lo permite creo que tengo la solución.


Mi hijo ha vuelto a casa. Hoy era su primer día de cole después de las vacaciones. Tiene más ganas de merendar que de contarme como le ha ido. Mientras devora un bocata de jamón consigo que me explique si se lo ha pasado bien y todas esas cosas. Entre un bocado y otro me dice emocionado que en Lite este año van a dar teatro y me enseña el programa del curso.


Efectivamente, hay un minúsculo apartado dedicado a la Historia de literatura dramática española. Consta de dos epígrafes: 1.- Antonio Buero Vallejo. 2.- Paloma Pedrero (obras escogidas).
Intento poner la cara más circunspecta que se me ocurre y digo:


- Asier, tengo que decirte algo muy importante.


Noto que me he pasado con la seriedad porque al niño se le atraganta el kas de naranja.


- No pasa nada, cariño- intento tranquilizarle - Tu sabes que a mamá y a mi nos gusta que saques buenas notas ¿verdad?
- Si, claro- responde con cara de perplejidad.
-Pues esta vez- le digo- nos gustaría que suspendieras esta asignatura.


Asier no da crédito a lo que le digo y deja caer el bocadillo. Pone los ojos como platos y dice:
-¿Pero si a mamá y a ti os encanta el teatro?
- Por eso, mi amor, por eso.

Sergio Macías
Julio 2011

(N del A: Todos los sucesos que aparecen en este artículo son inventados excepto aquellos que no lo son. Si alguno de los primeros se parece en algo a la realidad se trata de mera coincidencia. Del mismo modo se deberá a la casualidad si alguno de los segundos se asemeja a una ficción.
El comentario anterior se hace extensivo a los nombres propios aparecidos en el artículo.)

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